La gran nevada

La nieve empezaba a caer, los dos niños miraban por el ventanal del salón, asombrados y felices; la gente se dirigía a sus casas, unos con prisa otros disfrutando el momento.

La gran nevada ya estaba aquí.

Desde la ventana, Carlos y María observaban entusiasmados como caían los copos que parecían palomitas de maíz, cada vez más grandes.

—¡Mamá, mamá, mira cuánta nieve! ¡Vamos a coger el trineo! —gritaron los niños.

—Ahora no podemos bajar.

—¡Siiii!¡Nieve!¡Nieve! —exclamaron alborotados.

—Chicos, ahora no podemos bajar. Hay que esperar a que pare de nevar —explicó pacientemente a sus hijos.

La nieve seguía cayendo y los dos pequeños permanecían pegados al ventanal del salón, con los ojos muy abiertos contemplaban hipnotizados el otro lado de la calle. Frente a su casa el parque, donde solían ir a jugar, se iba desdibujando debajo de la nieve.  Un manto blanco lo cubría todo, como un gran edredón que abrigaba la tierra, suave, mullido y esponjoso que les incitaba a jugar escondiéndose debajo de él como lo hacían cuando jugaban al escondite con su madre.

El amplio ventanal les daba la sensación de que podían tocar la nieve, pero el grueso cristal se lo impedía; en casa estaban calentitos y fuera hacía mucho frío, aunque eso a ellos no les importaba. Su madre les decía que no gritaran tanto, que todavía no podían bajar a jugar con el trineo; sin embargo, ellos corrían y saltaban por la casa, imitando todo lo que iban hacer cuando tocasen la nieve del parque.

Aquel parque, lleno de árboles, arbustos, matorrales y de los escondrijos más secretos, les estaba esperando. Desde la ventana veían los columpios, los toboganes y los gira-gira; aún no se habían cubierto del todo por la nieve, pero ya no se veía la oscura y fértil tierra debajo de estos.

—Mamá, ¿Y Pinki estará bien? —dijo Carlos.

—¿Quién es Pinki, cariño?

—Es nuestra mascota, vive en un escondite en el parque.

—Sí, seguro que estará resguardado en su casita —contestó, mirando con preocupación hacia el parque que iba desapareciendo debajo de la nieve.

La tierra del parque se iba enfriando, los árboles iban sintiendo como se desvanecía el calor de sus cuerpos leñosos, como sus entrañas se helaban y se posaba sobre sus ramas el frío invierno. La nieve blanca, que se amontonaba sobre sus esqueletos fibrosos, pesaba cada vez más y se podía escuchar un sonido hueco cuando las ramas se tronchaban, dejando caer sobre aquel manto níveo las hojas, aun verdes, como lágrimas congeladas. El aullido sordo del crujir de sus esqueletos quedaba silenciado tras la cortina de nieve que seguía cayendo mientras unos ojos curiosos miraban preocupados como los copos de nieve iban acumulándose junto a la puerta del escondite. Su madriguera era pequeña, cálida y confortable. En el parque, en aquella pequeña cueva las paredes se empezaban a humedecer al penetrar la nieve en la tierra; unas siluetas en la pared aparecían y adornaban la reducida estancia como tristes cuadros. Hacía frío, mucho más frío; la humedad había calado hasta el suelo del refugio.

La oscuridad iba ganando terreno, las sombras se ennegrecían y los ecos de los dolorosos gritos de los árboles al partirse resonaban en la madriguera; las raíces se alargaban buscando donde anclarse sin encontrar asidero, los pelillos radiculares le acariciaban el hocico cuando nervioso se movía por la diminuta salita. Las piedrecitas del suelo se hundían al pisarlas con sus patitas y sus huellas quedaban marcadas embarrando la superficie del agujero donde vivía, que parecía hacerse más pequeño con cada paso, con cada desesperado movimiento y el húmedo aire del habitáculo empezaba a oler a tumba.

En la penumbra oscilaban lúgubres las sombras de la poca luz que apenas entraba, sombras que se transformaban y se iban pareciendo a seres como él, la familia que tanto echaba de menos, espejismos que le transportaban a los recuerdos de otra vida. Como sus recuerdos, la tierra se derrumbaba a su alrededor, su madriguera se desmoronaba, se había transformado en una cripta, y ya no podría salir de allí.

La nieve lo iba cubriendo todo.

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