¡Malditos insectos! ¿Cómo podían ser tan sigilosos? Ya les habían pillado por sorpresa dos veces; dos malditas emboscadas. Y el resultado: fatídico. Necesitaba descansar. Arab miró hacia arriba, el cielo estaba cubierto de una especie de gas gris, no era una bruma normal; esta tenía textura, se podía cortar con la Katana. No había visto ningún ave, solo los malditos insectos, gigantes, metálicos, feroces. Se acurrucó debajo de la gran seta, era una de esas enormes, rojas, con puntos blancos; la tenue sombra se alargaba resguardándole de la mirada de aquellas bestias. Aquel mundo le daba escalofríos. El sol calentaba poco, apenas se dejaba ver; sin embargo, no había nieve ni hielo. Eso le reconfortó. Se restregó la marca de sutura del brazo, y respiró hondo. Aún le dolían las costillas rotas en su última misión en la cara oscura de este inhóspito planeta. En aquel momento, la tundra de nieve y el hielo fueron casi su tumba, un gélido sarcófago donde los gusanos férricos casi le habían devorado.
Regresó a su presente, y observó a sus compañeros. Junto al escuadrón había cruzado el portal hacía tres días, y tan solo quedaban la mitad de hombres de su unidad. De momento, se resguardaban en este bosque lleno de enormes hongos rojos y abundante agua. Podrían sobrevivir hasta una semana; luego, tendrían que regresar a la Tierra, con o sin el general Thorn.
La recomendación de su capitán había sido que no se alejarán de la senda principal y que evitasen adentrarse en el bosque. En realidad, aquellas malas bestias eran insectos traicioneros y escabullidizos. Nada sobre lo que les habían advertido había sido verdad; cuando cruzaron el portal no sabían a lo que se iban a enfrentar. De todos modos, no tenía ninguna intención de explorar el bosque y tampoco hacía falta; el bosque iba a por ellos.
Mientras esperaba a que reanudasen la marcha, bebía el ligero aguamiel que aún le quedaba en su cantimplora. Junto a él, su dron autónomo vigilaba los alrededores sin despearse de su lado. Le gustaba llamarlo “Hope”, era como un pequeño monito amaestrado que le seguía a todas partes como si la guerra no fuera con él. Ambos habían realizado un largo viaje, y ya las fuerzas empezaban a flaquear.
Arab sabía que la guerra contra esos animales biónicos gigantes no podía durar eternamente, y la balanza no estaba de su lado. ¿Sucumbiría su mundo a esos seres? Necesitaban controlar ese planeta para poder seguir con la exploración espacial, los recursos que contenía eran fundamentales para su supervivencia. Estos minerales raros eran más caros que sus propias vidas. «Todo tiene un coste; le decisión a tomar es si pagarlo o no», se recordó. Habían llegado al planeta hacía seis meses, tiempo suficiente para asentar los perímetros y emplazar las bases extractoras. Sin embargo, la resistencia de esos insectos era mayor a la esperada, parecía que se agrupaban, que planificaban los ataques y se defendían inteligentemente. Por las últimas noticias, la guerra estaba llegando a su fin; si la incursión para para rescatar a Thorn fracasaba, las posibilidades de ganar eran mínimas. ¿Cómo podían haberlo capturado? A él, a un alto mando; al héroe de la última guerra. Thorn era el único que se había ganado el respeto de todos, sabía cuál era su deber y, sin embargo, sabía que la vida humana estaba por encima de cualquier mineral. Las noticias eran confusas, se decía que habían caído en una emboscada cuando se disponía a reunirse con el capitán de la avanzadilla. Quizá se habían encontrado con algún grupo de biónicos o algún animal solitario les hubiera atacado. De eso hacía una semana. Cualquiera de los rumores que corrían entre las tropas podía ser plausible. Aquel planeta jugaba malas pasadas; lo acaba de comprobar en persona. Se recordó que las órdenes eran rescatar al general Thorn, y eso pretendía hacer.
Mirando al infinito, enfrascado en sus propios pensamientos, se dio cuenta del lamentable estado en el que se encontraba. Mugriento y con la armadura magullada, apenas aguantaba su cinto la saya. Había dejado en el suelo su katana, mientras se ajustaba la armadura. Notaba la cara manchada de barro; empezaba a picarle la incipiente barba. Se restregó las manos sobre el rostro y se tiró hacia atrás el flequillo que le caía sobre los ojos. Sintió la humedad en sus huesos y el dolor de los músculos de su cuerpo engarrotado por el esfuerzo.
Dándole vueltas a la situación en la que se encontraban, no entendía cómo la guerra había llegado a esa situación, la cabeza le bullía intensamente. Ellos eran superiores en número y tecnología. ¿Qué escondía ese planeta? ¿Cuántas más sorpresas? Los animales biónicos parecían primitivos y no debían haber sido un problema para su escuadrón de élite, pero solo quedaban la mitad. Eran más agresivos e inteligentes de lo esperado. ¿O alguien los controlaba? Parecía improbable. Entonces, ¿Cómo habían capturado al general? ¿Cómo? Ataba los finos hilos de todas las informaciones que había recibido, oficiales y rumores, mientras trazaba un plan; necesitaría la ayuda de Hope, pero su idea era buena.
Los intercomunicadores no funcionaban en ese planeta, era debido a la espesa niebla que cerraba el cielo. Elevó la mirada y vio el resplandor de las brumas, los campos magnéticos eran tan extraños en aquel lugar que le sobrepasó.
Se levantó lentamente recogiendo su arma. Hope se le acopló en el hombro. Ambos se dirigieron hacia la otra seta donde estaba el resto del escuadrón y su jefe.
—¡Jefe! Se presenta, Arab.
—¿Qué quiere? —su mando le clavó una suspicaz mirada.
Arab sabía que no tendría otra oportunidad para hacerse un hueco en la élite de los cazadores de la compañía, además, quería regresar lo antes posible a casa. Su idea era buena; sí o sí tenía que funcionar.
—Señor, me gustaría proponerle un plan alternativo para rescatar al general Thorn —dijo Arab, sin titubear.
—Le escucho.
Arab dejó a sus compañeros al anochecer. La oscuridad era su aliada, sin estrellas ni luna que alumbraran el camino; también era la aliada de las aterradoras criaturas que se escondían en las entrañas del bosque, y que aprovechando la oscuridad salían de sus moradas para alimentarse; sin embargo, no se dejó amedrentar por los sonidos metálicos de la espesura.
No se había alejado mucho del campamento cuando unos susurros le obligaron a detenerse. Quedándose quieto, mudo, activó a Hope sin soltarlo al vuelo. Frente a ellos, en medio del camino, un insecto gigante similar a una mantis le cortó el paso. Tenía un abdomen abultado y un cuerpo alargado; temibles mandíbulas en forma de gancho y unos profundos ojos negros facetados. Observó al insecto intentando determinar si tenía algún punto débil. Inmóvil, ralentizando su respiración. La extraña mantis estaba de en medio del camino, empaquetaba algo en una babosa tela fina y amarillenta.
Lentamente retrocedió unos pasos en el camino. Sus movimientos lo delataron. La mantis se giró y lo miró con sus penetrantes pares de ojos, abrió la boca y lanzó una sustancia amarillenta hacia él. Como pudo activó y soltó a Hope a la vez que saltaba a un lado evitando ser atrapado. Arab se agazapó debajo de la pequeña seta azul. Escuchó el sonido ronco y metálico de las patas al incrustarse en el suelo, una y otra vez, cada vez más cerca. Se armó de valor y sacó su arma de la saya. Esperó. Esperó. Esperó. Atacó con todas sus fuerzas en cuanto las patas estuvieron encima de él, y lanzó su espada hacia el vientre del animal, esquivando el aguijón que caía sobre la seta como una lanza. El grito de dolor fue inhumano, mezcla entre un chirrido y un grito fantasmal. La seta se partió en dos, y un polvo azulado le envolvió. Arab notó un roce metálico en su espalda y la sangre caliente brotar. Cerró los ojos, sintió las formas a su alrededor. Por instinto rodó a un lado, saltó hacia atrás apartándose de la sacudida del vientre abierto de la bestia. Rápidamente, Arab se deslizó debajo de otra seta. La encolerizada mantis no paraba de moverse buscándole. Abrió las fauces, lanzando un sonido aterrador, lleno de furia y desesperación.
Arab cogió impulso en una roca y saltó hacia la silueta del insecto, pero cayó a unos pasos de este. Se adelantó al movimiento de la pata, y se la cortó. El animal rugió, al perder el equilibrio; aun así, el animal saltó hacia atrás y levantando otra pata le pegó un empujón. Arab acabó al borde del camino. La mantis dio un gran salto sobre él e intentó inyectarle su veneno paralizante con el aguijón. Arab tuvo el tiempo justo de recomponerse antes de volver a caer al suelo atrapado por las fauces. Buscó su katana que había caído a un lado, y la blandió a la derecha cortándole otra pata.
La bestia cayó de lado al suelo, y Arab pudo sestarle un golpe mortal en el vientre. Esta se desplomó, soltando un alarido frenético. La dejó allí, agonizando.
CONTINUARÁ…