El despertar del héroe (parte 2)

[…] Apresuró su paso, y se adentró en el bosque rojo. No podía fiarse de las indicaciones que le había dado su capitán, ¿Quién les había dado esa información falsa sobre la región? ¿Quiénes? ¿Espías o biónicos capturados? Quien hubiese sido mentía.

Con sigilo fue abriéndose camino a través del bosque de hongos y se paró junto a un arroyo. Se quitó la armadura superior. La espalada le quemaba. Se acercó al agua y se echó un poco en la herida. Reprimió un grito de dolor. Activo a hope y a través de la cámara de su brazalete vio que tenía solo un tajo enrojecido; la sangre se había coagulado. Se colocó, de nuevo, la armadura.

Tras descansar unos minutos, reanudó su camino. Rodeó los claros y se alejó de los caminos hasta llegar a los límites del bosque. Delante suyo se abrió una ancha estepa y, por fin, vio a una jornada de distancia las montañas del Abismo.

La hierba era tan alta como sus hombros, era extraño que no hubiese ningún insecto; nada vivía entre esa paja seca. Revisó las coordenadas en el planímetro. Miró hacia el ocaso, la leve luz del astro se cernía sobre la cumbre de las montañas.

Le habían explicado que durante el día los biónicos parecían aletargados; eso esperaba. Caminó entre la espesura, parando apenas media hora para descansar y comer algo. La leve luz comenzaba a decaer, anochecía. Observó el cielo brumoso, verde aterciopelado. Apreció las corrientes de aire en el cielo que se arremolinaban girando y creando siluetas claro oscuras. Casi no le quedaba aguamiel en la botella, empezó a racionarla. La noche era cerrada cuando llegó a las coordenadas donde retenían al general Thorn. Esperaba que esa información sí fuera cierta; no solo se enfrentaba a lo desconocido sino también a una muerte segura.

Su mente se nubló apremiada con tantas dudas: «El general apresado. ¿Por quienes? Y Las informaciones: falsas. Su incursión; táctica. Por sorpresa. ¡Sí! La ayuda de Hope; activarlo. Ya». El general, ¿seguiría con vida? ¿Dónde lo tendrían retenido? Era el momento, la noche les amparaba; aunque se encontrara con biónicos, la oscuridad y el sigilo eran sus aliados.

Se fijó en la entrada de la cueva, un agujero, un cuadrado perfecto pulido en la roca. Dentro la oscuridad. Nadie la vigilaba, quizá tendrían cámaras o quizá nadie sería tan imprudente para adentrarse en las profundidades de la montaña del Abismo.

Activó a Hope. El dron despegó de su hombro y sobrevoló su cabeza. Observó la cámara de su brazalete. Había algún punto caliente a unos metros de él. Su pulso se aceleró, y se concentró en el entorno. No estaba solo. Conectó la interfaz con el dron y lo guio.

Hope se adentró en la cueva.

 Recorrió los primeros metros hasta una sala donde había unas antorchas que daban una leve iluminación. Unas hormigas gigantes se movían lentamente, tenían patas metálicas con las que acarreaban unos babosos capullos amarillentos del tamaño de un humano. El dron continuó por un pasillo y llegó a una cueva inmensa, el zoom no alcanzó a ver el final.

Arab se dio cuenta de que aquella infraestructura era inmensa, así no encontraría al general. Rápidamente modificó su plan; entraría y él mismo encontraría a Thorn.

Se concentró en el entorno, y se movió con sigilo hasta la entrada. Se adentró en la oscuridad.

Se movió pegado a la pared hasta la sala de las hormigas. Al entrar, desenvainó la katana y se lanzó contra ellas. La primer cayó rápido. La segunda se resistió.

Esquivó las patas delanteras que se movían con agilidad, haciéndose a un lado y lanzando un derrote para que el insecto se retirase. El animal se irguió y sacudió la cabeza, embistiéndole. Las fauces del animal se movieron en un intento de aprisionarlo, sin conseguirlo. Retrocedió contra la pared y se impulsó hacia arriba. Cayó sobre el lomo y asestó una cuchillada en el cuello. Emergió un chorro de sangre negra, y la bestia se desplomó.

Arab se limpió la sangre de la cara, y respiró el aire fétido de las entrañas de la tierra. ¿Qué más se iba a encontrar allí dentro? Hope había regresado a su lado. Miró la cámara y se sorprendió al verse la cara. Respiró hondo, restaurando su serenidad.

Cogió la puerta del fondo, por donde había entrado el dron, y siguió el pasillo hasta la inmensa estancia. No podía ver el final, pero sí oír susurros y sonidos metálicos al fondo.

Sus muros de piedra, fría y oscura, lisos y con alguna talla a modo de decoración, estaba alumbrada apenas con unas cuantas antorchas. Las sombras se confundían y los ruidos férreos resonaban en la estancia. Caminó despacio por el centro de la estancia, las pareces contenían nichos, cuadrados perfectos con la anchura justa para albergar un cuerpo. No pudo resistirse y se acercó a uno de ellos. Dentro había un capullo pegajoso y amarillo; un cuerpo tumefacto y en descomposición. ¡Uno de los soldados del general Thorn!

Atónito dio dos pasos atrás, y aguantó una arcada de vómito. ¿Qué iban hacer esas bestias con los cuerpos? ¡Eran sus compañeros; guerreros como él! Los agujeros; nichos, pudrideros. ¡Qué! ¿Cuántos? Miró a su alrededor, sus ojos vislumbraron la otra pared, también repleta de agujeros. ¡Una cámara mortuoria! ¡Un almacén!

Cerró los ojos. Respiró hondo varias veces, dejando a un lado todas sus sensaciones, todos sus sentimientos. Atenuó su pulso. «La misión. Rescatarlo. Centrarse», pensó concentrándose en sí mismo.

Miró hacia el fondo de la sala y afinó la vista, se discernían unas escaleras que Arab supuso bajarían a las mazmorras del sótano.

Rápidamente cruzó la imponente estancia, y se internó en las escaleras. Unos estruendosos pasos le dejaron sin aliento, frente a él un humanoide gigante subía las escaleras sin percatarse de su presencia. Arab tuvo el tiempo justo de esconderse en un recodo, dejando atrás al ser que seguía su interminable escalada. Ralentizó su respiración para evitar ser percibido. ¡Lo rumores eran ciertos! Esos seres existían.

Después de recobrar el aliento, se atrevió a retomar su misión. Ya divisaba el final de la angosta y larga escalera. A cada peldaño que descendería los sonidos se iban aclarando; susurros indescifrables, metálicas voces, risas atronadoras, y una voz humana.

Escondido entre las sombras que se cernían en las esquinas, en un recodo Arab se agazapó a la espera de sacar la Katana. Rescataría a Thorn; había llegado el momento de la verdad. Se concentró en el entorno; visualizó las formas. Le llegaron los ecos físicos de los estremecedores seres de la sala. Escuchó la ininteligible conversación con la katana en la mano. Preparado para el asalto. Respiró hondo. La blandió, y entró sorprendiendo a todos.

El silencio que se hizo le agarrotó la garganta.

En ese instante Arab descubrió el enigma de la desaparición del general: Thorn les había traicionado.