El último planeta

  La compuerta se arrastró por el riel, acompañó su movimiento lento y afanoso, un sonido mudo de pesadez. Las fulgurantes estrellas se adivinaban a lo lejos, la inmensidad del espacio sobrecogió a Leos. Era su primer viaje interplanetario, estaba muy lejos de casa. La misión que le habían encomendado no era sencilla, aun así, tenía que intentarlo. Enganchó el cable guía al asidero de la pared exterior y salió de la cabina, lanzándose hacia el frío vacío; le siguió Phoebia. Notó el moviendo del traje espacial de su compañera a su espalda e imaginó la expresión de su rostro, sus ojos desorbitados, su boca abierta, su respiración entrecortada. Ninguno de los dos había estado en el cinturón de Kuiper, nunca habían visitado Plutón. <<Somos polizones>>, se dijo, y añadió: <<Somos la última esperanza para la Tierra>>. Posó sus manos sobre la compuerta, debía abrirse girando la rueda hacia la derecha, pero ésta no cedió.

       Le hizo un gesto con el pulgar hacia abajo a Phoebia indicándole que no podía abrirla. Ella se acercó a su lado y se le quedó mirando, elevó los hombros. ¿Qué podían hacer? Ese camino era inaccesible: el plan inicial se había esfumado como la bruma de la mañana. Leos le hizo señales para retroceder y volver a la cabina de torpedos de donde habían salido. Agarrados a la plataforma de anclaje donde la nave había atracado deshicieron el camino, el abismo se abría ante ellos, el anillo lunar donde se anclaban las lanzaderas y nodrizas orbitaba el planeta, inmutable, ajeno a sus intenciones. Desde allí las naves utilizaban un cañón de luz para transportarse a la superficie. A Leos las vistas le sorprendieron y aterrorizaron por igual, bajo ellos había una neblina rojiza como un océano sangriento, quizá de fluidos humanos. Le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y se aferró con fuerza al asidero de la pared de la nave.

       Unos minutos más tarde entraban por la compuerta, desengancharon el cable y cerraron la exclusa. Se quitaron sus cascos, tras lo que intercambiaron una mirada de preocupación. Leos vio en los ojos de su compañera la misma incertidumbre que el sentía. En su mente brotaron las dudas que había reprimido durante el viaje: <<Ahora, ¿qué? La puerta cerrada. Sin salida. Lo siguiente: apresados, un insufrible interrogatorio… ¡Muerte! ¡Fuente de energía para los reactores de terra-transformación! ¿Simple combustible? ¡No! ¡Nunca! ¿Y el plan de asalto? ¿Y los planos del reactor alíen? ¡¿La salvación?! ¡Todo al garate! ¡No! Rápido, pensar; una solución>>. Pegó un golpetazo con el puño al frío metal de la pared, sintió una punzada del dolor y el calor de la sangre al brotar de su mano. Se quitó el guante y vio sus nudillos amoratados, ensangrentados. Se cubrió la herida con la manga al tiempo que en su cabeza estallaban sus dudas, ¿y ahora qué harían? Necesitarían otro plan; pero cuál. Pensó que, si se escondían en las cabinas criogénicas, serían desembarcados con el material auxiliar; una salida, otra diferente a lo planificado, pero podía funcionar. Notó una mano sobre el hombro.

       —¡Nos han descubierto! —exclamó Phoebia mientras le indicaba que mirara hacia la puerta.

       En el umbral se dibujaba una figura vestida con un mono espacial.

       —Leos, soy yo. —Leos arqueó las cejas y fijó su mirada en la mujer que les hablaba.

       —¿Qué haces aquí?

       —Soy vuestro enlace.

       —¡¿Tú?!

       Leos la miró sorprendido mientras Phoebia se acercaba a la joven y la saludaba estrechándole la mano.

       —Soy Tiana. Seguidme si queréis salir de aquí con vida —Phoebia asintió—. Vamos, hombre, espabila. Que nos van a encontrar a los tres —apremió Tiana, y añadió—. Tan enfadado sigues conmigo que… ¿No me vas a estrechar la mano?

       —¿Enfadado? Lo que ocurrió entre nosotros es agua pasada. Superado. —La miró ocultando su confusión. ¿Qué se había creído? ¿Qué? ¿Qué todavía la amaba? ¡Ni loco! ¡Fuera de la cabeza! Ese pensamiento; nunca más. No se fiaba de ella; por su culpa casi había perdido la vida. Sabía que había trabajado para los Bezorp; su doblez, sus engaños. Jugaba a dos bandos; siempre lo había hecho, se recordó y añadió—. Vamos, no hay tiempo para actos sociales.

       —Yo no te he olvidado.

       Él siquiera la miró mientras salía de la cabina.  

       En el pasillo, junto a Tiana comenzaron a recorrer los túneles inferiores de la nave nodriza. Con pasos inseguros avanzaban por los pasillos grises llenos de cables, conductos de salmuera alienígena y desechos humanos. Los alumbraban los leds azules del techo, el ambiente se iba tornando más frío, denso, enrarecido conforme se movían y se adentraban en la nave. Leos se preguntó si saldrían de esta misión con vida, el plan se había torcido y estaban en manos de Tiana, ¿cómo iban a salir de esta situación? Seguía preocupado por su compañera, era su responsabilidad y, además, transportaban los planos para destruir el reactor de terra-trasformación. Se le encogió el estómago al recordar lo que estaba en juego, los gritos de sus padres al ser capturados, de sus hermanos, de sus amigos…; al recordar por qué los alíen los necesitaban. Era urgente llegar hasta el planeta, entregar los planos; eran los únicos que podrían detener a los Bezorp.

       Tiana los había guiado hasta una pequeña puerta blanca, al traspasarla entraron en una habitación amplia, apenas iluminada por una luz grisácea, a lo ancho y largo de la anodina estancia se amontonaban cajas alargadas y estrechas.  

       —¿Dónde estamos? —Leos se arrepintió enseguida de hacer esa pregunta al ver la media sonrisa de Tiana.

       —En la morgue.

       —¡¿Qué dices?! ¡Estás loca! —gritó Phoebia. Vio cómo su compañera apretaba la boca— ¿Salgamos de aquí ahora mismo? ¡Es horrible! —Leos notó como esta le cogía de la mano. Él le devolvió el apretón intentando tranquilizarla.

       —Vamos, dinos, ¿cuál es el plan? —inquirió Leos.

       —Fingiremos que estamos muertos, es la única forma de salir de la nave con vida.

       Leos sintió que el corazón se le paraba. ¿Muertos? ¿Cómo? ¿Qué planes tenía para ellos Tiana? ¿Seguridad? ¡No! ¿Locura? ¡Sí! ¿Qué pretendía? La miró a los ojos, notó como todos sus nervios se tensaban y su pulso se aceleraba: <<¡¿La única salida?! ¡Pensar, pensar! ¿Locura? Quizá no; quizá, la única salida>>. Aunque no confiaba en ella, se dio cuenta de que Tiana tenía razón. Miró a los ojos a su compañera, le apretó la mano y la susurró: <<No hay otra salida. Si queremos sobrevivir tenemos que morir>>.

       Phoebia le puso la mano en el corazón y le dijo que confiaba en él.

       Minutos después, cada uno ocupó una de las cajas, se inyectaron la toxina paralizante que Tiana les había entregado y cerraron la cápsula. Cuando Leos abrió los ojos, le asaltaron sus preocupaciones: <<¿Dónde?… ¿este lugar? ¿Prisionero o rescatado? ¿Y Phoebia; sobrevivir? ¿Muerta? ¡¿Y Tiana?! ¡El plan!>>. Desvió su mirada hacia el techo abovedado, blanco, metálico, de la habitación donde reposaba en una cama de dosel, por una ventana acristalada entraba una tibia luz anaranjada. Se levantó y se acercó a la cristalera. Observó el rojizo paisaje desértico, cálido y suave. Notó el calor que irradiaba el entorno, brotaron sus recuerdos sobre su mundo, sobre su planeta natal que había cambiado tanto que ya era irreconocible. Aun así, todavía el sol ascendía paciente sobre el océano, sus destellos se divisaban sobre las lejanas olas, los resplandecientes fulgores se posaban sobre la superficie cristalina al tiempo que repuntaba el alba en el horizonte. <<¿Algún día amanecería en Plutón como en la Tierra?>>, se preguntó envuelto en la añoranza mientras observaba el desierto marrón sobre el que se extendía una neblina estrellada de vibrantes destellos rubís. Le sobresaltó el sonido de la puerta al abrirse. Al ver la leve sonrisa de su compañera se dio cuenta de que su misión para salvar el último planeta había comenzado.

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