El sello de los Paladines

Tras regresar de aquel atroz planeta, y antes de que los otros me den caza, quiero contar esta historia en primera persona y de mi puño y letra dejar huella en este mundo; de este modo si alguien lee estas palabras podrá advertir a los demás. Ha anochecido, la única luz que me alumbra es un candil. No quiero llamar la atención de mi aldea. Miro a mi alrededor esperando que en cualquier momento me encuentren, ya que estoy marcado con el sello de los paladines. No voy a decir que me arrepiento de todo lo que he hecho, ya que cuando me acerqué a aquel punto del bosque ya conocía todo lo que se contaba sobre él. Aun así, me dejé llevar por la sensación de necesidad imperiosa de descubrir por qué durante los últimos meses soñaba con aquella extraña cascada. Mis recurrentes sueños me obsesionaban de tal manera que decidí que la única forma de acabar con esa locura era enfrentarme a ellos.

Empezaré por el principio.

<<Cuenta la leyenda que, en el equinoccio de primavera, cuando el Sol está en su cénit el tejido de la realidad se entremezcla. Es en ese momento cuando el fino y sutil tul que nos separa de los otros se rasga, haciendo visible lo invisible, tangible lo inexistente; cuando ocurren acontecimientos fantásticos, sucesos terribles, encuentros que forman parte de los mitos.

Me hallaba en esa hora mágica, frente a aquella cascada de aguas claras, cuando sobrepasé los límites de mi cordura. Aquel día me había armado de valor, había cogido mi mochila y la había llenado de víveres para un par de días. No quería que me tomaran por un loco, así que no me había despedido ni contado a nadie a donde iba. Dejé mi aldea al alba y me dirigí hacia el bosque de Maridian, entre la frondosa vegetación se abría un camino largo que se adentraba en la espesura. Poco a poco el espacio me iba envolviendo, los adustos árboles crecían a los lados del camino entretejiendo un techo verdoso que se cerraba sobre mi cabeza dejando el paso a algunos débiles rayos del Sol. Tras toda la mañana caminando, después de haber tomado un par de desvíos al norte y dejar la vereda para adentrarme en la espesura encontré la cascada que tantas veces había visualizado en mis extraños sueños. Era exactamente igual a la imagen ante la que, noche tras noche, me encontraba. Acampé frente a la cascada de mis inexplicables sueños ya que no estaba seguro de cuándo era el momento exacto en el que el suceso ocurriría, ni tampoco si se iba a producir. Expectante, ansioso, entusiasmado, aun sabiendo que el sueño se tornaba en pesadilla me dispuse a montar la tienda y el puesto de vigilancia, y me senté a esperar a que ocurriera el evento mágico con el que tantas veces había soñado.  

Como esperaba los rayos del Sol iluminaron la cascada, el agua alborotada brilló de tal modo que me costaba tener los ojos abiertos, aunque me dolían y no podía enfocar con precisión no los cerré, entorné los párpados y aguanté hasta que llegó el instante sobrenatural. Como había previsto, ocurrió. Sentí un escalofrío y el ritmo de mi corazón se aceleró al contemplar como la cascada fue transformándose, su color azul palideciendo hasta alcanzar el tono blanquecino de la bruma, el rugido de las agitadas aguas cesó inundando el espacio en un misterioso silencio que me envolvió. Temblé de miedo. Me sobrecogí al ser consciente de que lo inevitable iba a suceder. Como tantas veces había ocurrido en mis sueños el agua no se abrió, sino que se disipó creando un velo de tul, ligero, semitransparente y delgado. Sorprendido, mis ojos se abrieron todavía más al encontrarme frente a otros ojos que me miraban desde el otro lado, mientras una silueta se dibujaba entre la neblina en la que se había convertido la cascada. Aunque lo había vivido otras veces, no dejó de sobrecogerme ahora que se hacía real. Sin poder controlar mis impulsos me acerqué al velo —etéreo como el humo— que me separaba de mis pesadillas y lo toqué. Y de repente sucedió: una mano atrapó la mía y estiró con fuerza de mí arrastrándome hasta el otro lado, a otra realidad.

Al regresar a mi mundo, había transcurrido un ciclo solar —un año entero—; el velo se cerró tras de mí y corrí, corrí como si me persiguiera el diablo ¿acaso no era eso lo que me rastreaba? Mi mochila y las telas de acampada habían desaparecido; tampoco las busqué. Aterrado no miré atrás, con la esperanza de que no me hubieran seguido, de ser el único cuerpo que había cruzado por el portal. Cuando llegué a casa encendí el fuego para calentarme un poco de aguamiel. No podía dejar de pensar en ellos, los otros, los seres de aquel otro mundo, oscuro, peligroso y terrible. Un ciclo solar era mucho, demasiado para un simple campesino de Mistral que nunca había salido de su aldea.

Había tenido que sobrevivir durante todo ese largo tiempo hasta que el velo volviera a abrirse; y lo había hecho. Fue una angustiosa espera durante la que esos seres metálicos que volaban sobre unas enormes ruedas me habían perseguido, me habían acosado como a una presa de caza, y había sentido el roce de unos proyectiles alargados que silbaban al pasar junto a ti y te destrozaban si te tocaban; había tenido que aprender a matar a los otros. Obligado a ser invisible, había vivido oculto entre ellos hasta que me habían encontrado y atrapado; hasta que había logrado escapar y regresar al portal de la cascada. Aquellas lejanas y extrañas tierras eran tan diferentes a las de Mistral, estaban llenas de enormes edificios de metal, los suelos reflejaban la luz de sus dos esferas del cielo, una blanca y la otra anaranjada, que se turnaban en el oscuro firmamento. Los otros se parecían a las gentes de mi aldea en su forma, pero eran diferentes en el fondo, más agresivos y perversos; la enfermedad y la guerra los consumía.

El destino de los paladines estaba escrito, ninguno había logrado escapar de las prisiones, ninguno hasta que yo había llegado. Cuando el tiempo se reiniciaba en el equinoccio de primavera, el tejido de la realidad era débil y el portal se abría, era el momento de la caza; sangre nueva para los infectados. Nadie me creerá si les cuento que gracias a mi sangre había salvado miles de vidas, que gracias a mí muchas personas habían podido huir del cautiverio, que el dibujo que habían quemado en mis carnes era el sello de los héroes…>>.

Observo mi marca del brazo, el dibujo que me habían grabado no me disgustaba, sabía que significaba y me enorgullecía de ello. Aun recuerdo el dolor al ser herrado como se marca al ganado, pero lo que me quede de vida enseñaré ese símbolo con orgullo. Tomé consciencia de que me perseguirían hasta donde fuera necesario; la sangre de los paladines era algo demasiado preciado para ellos. Hallarían la forma de encontrarme.

La hoja de papel reluce con la tenue luz del candil, la contemplo durante unos segundos antes de sucumbir a lo que aquella mañana aconteció y que sin poder evitarlo me llevará a abandonar esta realidad muy pronto. ¿A quién podría contarle todo lo que había vivido? ¿A quién podría decirle que había sido un héroe y que pagaría con mi vida por ello? Siento una fuerte opresión en mi pecho y mi corazón late desbocado; miro a través de la ventana. Veo unas luces que se mueven en la distancia y enfocan a ambos lados del camino, una silueta negra se acerca, no corre, sino que poco a poco se aproxima. Ya ha visto mi casa, tras la puerta escucho crujir la madera del porche, sus pasos…

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